Por: Francisco
Javier González.
En un país desmemoriado
a la fuerza, como nuestra colonizada tierra, saber desde niños quienes y que
somos es una rara suerte que, generalmente, es fruto de muy concretas
circunstancias. Yo aprendí el significado de ser “canario de nación” gracias a
una abuela que había parido hijos en Cuba y en Canarias y perdido al marido en
esa diáspora y cuya vida transcurría en permanente espera de algún regreso,
pendiente tanto de las cartas de los hijos transmarinos y de las visitas a los
que una feroz dictadura les hizo conocer los “salones de Fyyfes”, los campos de
concentración del Llano de Los Rodeos y de Gando y los trabajos forzados en las
carreteras de las cumbres tinerfeñas hasta bien entrados los años 50, como de
las cortas estancias en su propia tierra del que estaba embarcado y que, cuando
llegaba de Venezuela, junto a los pequeños bolívares de plata, traía palabras
tan sonoras como “Independencia”. Junto con ella, mi tío-abuelo Ramón nos
contaba sus vivencias mambises de la guerra con los españoles, del rizado
cabello del gigante Maceo cargando a machete y rememoraba su visión dorada de
El Vedado y su bullicio de medio siglo atrás. Súmese a ello que mi padre
guardaba celosamente los pequeños tomos de la “Biblioteca Canaria” que editara Leoncio Rodríguez junto a una
antigua edición de la Historia de Viera, una completa colección de la “Revista de Historia” desde 1924 (hoy
“Revista de Historia de Canarias”) y una colección encuadernada en dos tomos de
“Leviatán”, salvada de los registros
fascistas guardada, junto a otros libros, en latas enterradas que casualmente
encontré, y se entenderá que cuando, a mediados de los años 50, leí en la “Guía Histórica de La Laguna” de
Rodríguez Moure una nota de los editores (Instituto de Estudios Canarios)
complementando la relación de periódicos laguneros desde la fecha en que
Rodríguez Moure terminara su obra (1900) hasta la de su edición (1935) y leí “VACAGÜARÉ. Periódico autonomista”
rebusqué en la entonces mejor biblioteca y hemeroteca de Canarias, la del
antiguo “Instituto de Canarias” donde
era alumno –hoy depositada en la Universidad de La Laguna- y en la de la
Económica de Amigos del País sin encontrar ni rastro del Vacagüaré buscado.
Unos años después,
universitario ya, junto a la primera bandera independentista que veía, con sus
7 hermosas estrellas rojas que había izado con su compañero Erasmo García en un
petrolero de la Gran Colombiana venezolana, traía mi tío Ramón Pérez Suárez
desde la patria de Miranda y Bolívar algunas hojas tanto del MAC (Movimiento
Autonomista de Canarias) como del MIC (Movimiento por la Independencia de
Canarias). En ellas, junto a llamadas a los canarios de la emigración
venezolana para que no enviaran “plata” a las islas para forzar a los españoles
– cuyas reservas de divisas dependían en gran parte de la emigración isleña- a
cambiar el status del Archipiélago, figuraban de nuevo referencias al Vacagüaré
y a “El Guanche” en las que, junto
al nombre de su autor, figuraba una frase suya “Todo por y para la libertad
de los pueblos y de los hombres”. Así supe quién era Secundino Delgado,
aunque nadie a los que pregunté conocía algo más o, los que si lo conocían, lo
ocultaban. Tuvieron que pasar más de 10 años hasta que Julio Hernández encontrara,
en los fondos del Museo Canario de Las Palmas, los ejemplares de “El Guanche” caraqueño y, con la
complicidad del bibliotecario de entonces Sr. León, los fotocopiara y los
distribuyera clandestinamente a los amigos en La Laguna, para que la
conspiración de silencio que encarcelaba a Secundino se rompiera, haciéndose la
luz sobre parte de su obra.
Muchos de nosotros,
lectores de los libros de la moscovita “Editorial Progreso”, de la argentina “Losada” o de la parisina
“Ruedo Ibérico” que vendían clandestinamente algunas librerías de Aguere, que
tratábamos de saber más de Lumumba, de Fanon o del Che y estudiábamos los
“Cuadernos” de Marta Hanneker, comprendimos entonces el profundo significado de
las palabras de Sekou Turé “Enterrar la
memoria histórica de un pueblo es desarmarlo frente a la opresión, es
enterrarlo a él mismo”. Entendimos, y adoptamos por ello, el pensamiento de
Amílcar Cabral sobre el papel de la cultura y la importancia vital de la
recuperación y la valoración de la memoria histórica en la lucha de liberación
de un pueblo. Caímos en la cuenta de nuestro profundo analfabetismo y supimos
que lo que conocíamos, incluido Viera, eran solo visiones muy parciales y
subjetivas de nuestra verdadera historia colonial, escrita hasta entonces por los
colonizadores o por criollos a su servicio.
La seguridad del final
del franquismo rompió los candados de muchas mentes y de muchas lenguas. Todos
queríamos saber más y aprendimos actuando, iniciando una nueva etapa en la
recuperación y construcción de la Nación Canaria que deseábamos y deseamos.
Catalizadores importantes de la acción fueron “La Voz de Canarias Libre” por las ondas argelinas, el trabajo
terco, cotidiano y arriesgado de los miembros de “Solidaridad Canaria”, de las organizaciones de trabajadores como
la CCT y el SOC, y de los militantes
de partidos y organizaciones que creían en y luchaban por nuestra liberación
nacional, pero –y de nuevo traigo a colación el pensamiento de Amílcar Cabral-
creo que el factor que más contribuyó a sacudir la modorra de siglos fue la
lucha cultural , las charlas pueblo a pueblo, los “Cuadernos de Nombres Guanches” y los otros editados por
Solidaridad Canaria que difundían nuestra nueva visión histórica desde la
óptica del colonizado y no la del colonizador. Secundino entonces, del que
conocíamos muy poco, se convirtió en bandera de combate. Todas aquellas charlas
de Solidaridad Canaria por pueblos y barrios terminaban con el verbo encendido
de Hupalupa, viviendo más que recitando el poema delgadiano “Mi Patria” que nos sacudía con la
pregunta “¿Qué quiere España de mí/ yo
olvidar donde nací/ por la madrasta arbitraria?” avivando en los oyentes “la saña que sintió en su pecho el guanche”.
Uno de los retratos de Secundino, aportado por su sobrino-nieto Raúl Delgado y
reproducido a plumilla, se convirtió en
el inseparable compañero de los poster del Che en las paredes juveniles. Como
no podía ser de otra forma empezó a “aparecer” el resto de la obra delgadiana.
Se encontraron ejemplares de su “Vacagüaré-Vía
Crucis” que daba luz humana a lo que hasta el momento era solo un mito, y
se encontraron en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz –que cumplió en el
pasado abril su 125 aniversario- colecciones de “El Obrero” y, con el esfuerzo de unos pocos, se fue rompiendo el velo
con que la historiografía colonial oficial y la criolla, domesticada y servil,
cubrían la figura de Secundino.
Desde 1978 la
Asociación Pro Independencia de Canarias APIC venezolana, heredera del MAC y el
posterior MIC, ilustra la portada de su publicación “Siete Estrellas Verdes” con la imagen y frases de Secundino. Ese
año, en Caracas, el herreño Enrique Gutiérrez, otro gran luchador casi ignoto,
esculpe su busto poco antes de que en Tenerife, por encargo de la CCT, Fernando
García Ramos lo plasme en un bajorrelieve que se coloca en el local de la
Rambla santacrucera a la espera de mejor destino y en mayo de ese año Julio
Hernández lee su tesis doctoral en La Laguna sobre la emigración canaria a la
América del XIX -que más tarde le publicaría el Cabildo grancanario- en que
sentaba la tesis de que la participación isleña en las luchas independentistas
cubanas fueron, a su vez, la matriz del independentismo canario en América.
Julio ya había traído a Tenerife, subrepticiamente, fotocopias de “El Guanche”
de la hemeroteca del Museo Canario que le suministró de los “fondos reservados”
su bibliotecario José León. En mayo de 1980 Manolo Suárez publica la primera
biografía de Secundino, que subtitula como “Padre
de la Nacionalidad Canaria”, con la pionera Editorial Benchomo de Cándido
Hernández, edición que el gobierno español secuestró en la Litografía Maype de
Aguere y en las librerías que pudo, faena que remató con la detención del autor
de la portada, Paco Domínguez, aunque no se pudo incautar de la pintura
original, un pequeño cuadro que colgaba de una pared de la finca “La Pasada”
por haber sido un encargo de Hermógenes Afonso/Hupalupa. En el 81, y también
con la Editorial Benchomo, Oswaldo Brito y Julio Hernández publican, con
comentarios previos, la edición facsímil de “Vacagüaré-Vía Crucis” y la misma editorial reedita “El Guanche” de
Caracas como hará al año siguiente, también en facsímil, con los ejemplares
conocidos de la 2ª época de “El Guanche”
de La Habana. Ese año de 1982 se coloca, el 4 de mayo, en el viejo cementerio
de San Rafael y San Roque de Santa Cruz donde se sepultó a Secundino el
bajorrelieve de la CCT que celebra, por primera vez, un acto necrológico, acto
que desde entonces y con diferentes oferentes se celebra anualmente. La plancha
de mármol con el bajorrelieve se colocó en un muro del lateral derecho por no
haberse podido localizar la sepultura que no constaba en los registros
incompletos del viejo cementerio. El 5 de mayo de 1984, en el Teatro Leal de La
Laguna, el Centro “Amílcar Cabral” organiza el primer acto público multitudinario,
con lleno absoluto del teatro con varias intervenciones, entre las que recuerdo
la de Paco Tarajano, Tomás Chávez, Paco Viña y yo mismo, y que cierra
Taburiente –venidos gratuita y expresamente de La Palma para ello- con su “Ach Guañac”. A partir de aquí,
Secundino, al que los Sabandeños llevan a su discografía, es ya un personaje
popular. Manolo Suárez recopila “El
mejor de los mundos y otros relatos” y publica una segunda biografía en que
el subtítulo cambia a “Padre del
Nacionalismo Canario”, mientras que José Manuel Vilar, en medio de amenazas
de bombas y desalojos policiales, estrena en un abarrotado Teatro Leal su “Proceso a Secundino”, que años más
tarde llevará a la letra impresa en una edición de “Baile del Sol” que tuve el
honor de prologar.
Era tan poco lo que
sabíamos de Secundino en realidad cuando lo colocamos en el lugar que
reservábamos para los antiguos héroes anticoloniales, junto a Doramas,
Bentejuí, Hupalupa, Hautakuperche, Tanausú, Benchomo o Tinguaro, que los actos
en su honor que anualmente celebrábamos –en el Ateneo de La Laguna el Centro
“Amílcar Cabral” y en el cementerio de San Rafael y San Roque el conjunto,
siempre variable y pocas veces unidos, de partidos y organizaciones que se
autodefinían como independentistas- se hacían el 4 de mayo, aniversario de su
temprana y trágica defunción por ignorarse la de su nacimiento hasta finales de
esos 80 cuando Manolo de Paz tiene acceso al Archivo Militar de Salamanca y,
estudiando los documentos de la prisión de Secundino en la Cárcel Modelo de
Madrid, descubre la fecha de su nacimiento, un 5 de octubre de 1867, lo que nos
permitió a partir de ahí conmemorar su
natalicio. Así, en el 92 –mientras la españolera celebraba su desembarco “colonizador
y evangélico” en tierras americanas- celebramos su 125 aniversario con motivo
del cual “Los Lunes de Diario de Las
Palmas”, que llevaban entonces al alimón Víctor Ramírez y Rafael Franquelo,
editó una separata que me encargaron de redactar.
Me he extendido más en
reseñar como, poco a poco, lo descubrimos, que en el propio Secundino, pero
pienso que no es un ejercicio gratuito. Mi intención es que nos facilite
entender el porqué de otras posiciones, diversas y divergentes, respecto a su
figura y obra, que van surgiendo a medida que se va conociendo y ganando
relieve público y que, a “El Guanche” caraqueño se le une su autobiografía en
“Vacagüaré-Vía Crucis”, sus artículos en “El Obrero” y la fundación del
“Partido Popular” –evidentemente no el PP de la derecha española- voces que
tildan a Secundino de “autonomista” y, algunas incluso, como “españolista” por
su apoyo a la candidatura republicana en las elecciones de 1903, así ya en la “Introducción justificativa” que hacen
Oswaldo Brito y Julio Hernández al “Vacagúaré-Vía
Crucis” aclaran que tratan “de
complementar la visión de tipo historiográfico publicada por Manolo Suárez”
y “delimitar la figura de Secundino
Delgado situándola en su contexto histórico” de forma que “con esta publicación se completa la figura de Secundino
Delgado y se acaba con mitos de todo signo” en un ejercicio de absoluta carencia de eclecticismo
y apriorismo por parte de los autores en torno a una polémica que ya
estaba desarrollándose.
Al calor de la marea
independentista de las décadas 70 y 80 –y del pseudonacionalismo regionalista
que medra a su socaire- las editoriales y ediciones de publicaciones y libros
canarios se reproducen como setas en el monte después de llover. EDIRCA es una
de esas editoriales que en 1983 reedita la “Historia General de las Islas
Canarias” de
Agustín Millares Torres en 5 tomos que se continuaría luego con otros dedicados
a leyendas, biografías y estudios diversos sobre nuestra tierra. El Tomo XI, “Canarias
Siglo XX”, viene encabezado por la monografía “La
política en Canarias en el Siglo XX” de Agustín Millares Cantero,
militante entonces encubierto –como todos- del PCE. Según su análisis, lo que
califica como “un
nacionalismo difuso que despuntó en Canarias en torno a la crisis del 98” bajo
el impulso de Secundino Delgado, “dejó en Canarias desde agosto de
1901 a marzo de 1902 algunas señales de su quehacer nacionalista: Se trata del
Partido Popular y del semanario Vacagüaré, en apariencia los dos únicos brotes
que en el interior del Archipiélago engendraron unas corrientes anticoloniales
foráneas que se proyectan, no sin mimetismos, sobre su suelo natal. Importa
sobremanera clarificar algunos extremos, porque urge salir al paso de una
maratónica carrera editorial y de una burda manipulación que pone en entredicho
la buena voluntad de sus irresponsables artífices”. Sin explicarnos a quién ni para qué “urge” de tal forma esa supuesta
clarificación ni quiénes son los “irresponsables” que llevan a cabo tan “burda
manipulación”, continúa Millares: “Con torpeza se ha querido ver en la
endeble obra de Secundino una inspiración netamente martiana” –recordemos
que Julio Hernández lo había denominado como “el imposible Martí canario”-
pero, siempre según el autor, “Secundino era uno de los clásicos rebeldes
que pululan por la periferia del movimiento anarcosindicalista que asumió como
objetivo la liberación individual y colectiva de los hombres y, por ello, pasó
a defender tanto la independencia como luego, y sobre todo, la autonomía de
Canarias. Quizás, más que el abanderado del independentismo isleño, haya sido
solo el primer autonomista consecuente de nuestra historia y es intolerable
disparate afirmar con desparpajo que el PP fue la primera organización política
de carácter proletario y netamente autónoma” basando esta rotunda
afirmación en que “el PP no llegó
a cuajar del todo realmente, fue un partido non nato que pasó como un meteoro
sin dejar estela ninguna” terminando la escasa página de entre el centenar
de que consta el trabajo con una diatriba en contra de los colaboradores de
Secundino que, siguiendo sus pasos, fundan el PNC en La Habana “del que solo el ex-republicano palmero
Felipe Gómez Wangüemert salva un tanto la imagen de este nacionalismo que
apenas tuvo continuadores luego de ser forzado a disolverse” juicio que
emite Millares a pesar de conocer que
los hermanos Gómez Wangüemert ( Luís Felipe, Antonio, Manuel y Wenceslao)
formaron parte de las fuerzas españolas –casi todos canarios- del Tercio de
Voluntarios de Luís Lazo (Pinar del Rio) y que Luís Felipe encabezó
personalmente una comisión para solicitarle al carnicero Weyler armas y
pertrechos para movilizar a mil canarios a la lucha en el bando español, todo
ello pese a su conversión -posterior a la independencia cubana- al
republicanismo español y nacionalismo canario. Agustín Millares mantendrá intacto este juicio acerca de
Secundino en su trabajo para la “Historia
Contemporánea de Canarias” editada por la Obra Social de “La Caja de
Canarias” en 2011 –cuando aún existían la “Caja de Canarias” y “Cajacanarias”
antes de pasar a ser un apéndice ignoto de la banca española- en su tema 11 del
Bloque II “Oligarcas contra ciudadanos”
del que es autor en que, bajo una de las más conocidas imágenes de Secundino
apostilla “Secundino Delgado Rodríguez.
El nacionalismo no tuvo importancia en la política isleña” al tiempo que,
en el apartado “Más de los mismo. La dictadura de Primo Rivera” recalca que “El nacionalismo se eclipsó tras la odisea
isleña de Secundino Delgado Rodríguez, en torno al nonato Partido Popular
Autonomista de 1901 en Santa Cruz de Tenerife y la revista lagunera ¡Vacagüaré!
del siguiente año”.
Esta
tesis de un Secundino sobre todo autonomista con el “non nato” PP, enfrentado
al Secundino de Caracas y La Habana y abandonando el independentismo inicial,
tesis que incluso recogió Antonio Cubillo (debate en el Ateneo de La Laguna.
Mayo de 1987) y a la que se apuntarían luego Oswaldo Brito, Domingo Gari y
otros profesores universitarios –aunque no Julio Hernández- está, a mi juicio,
falta de rigor crítico y responde más a la ideología concreta y a los deseos de
sus autores que a la realidad. Creo, como afirma el historiador Ki Zerbo en la
introducción a su “Historia
de África”, que “la historia africana debe ser reescrita
puesto que ha sido enmascarada, camuflada, desfigurada, mutilada y falsificada” y
eso es aplicable tanto a la continental como a la insular. No creo que nadie, a
estas alturas, suponga que existen “historiadores imparciales” ni “historia
inocente”, y la nuestra, como la de todos los pueblos colonizados, está escrita
desde la óptica del colonizador y es, en realidad, una herramienta más para
perpetuar su dominio. Lo que urge de verdad no es lo que nos plantea el criollo
Millares Cantero, sino emprender la tarea, que cuenta ya con muchos e
importantes pasos iniciales, de su revisión crítica con una visión
anticolonial, encuadrando a cada personaje, en nuestro caso a Secundino, en la
época y momento preciso del desarrollo de nuestra toma de conciencia como
pueblo diferenciado. Desde luego no espero siquiera, en este momento, esbozar
la cuestión pero si tratar de sintetizar algunos puntos clave de la misma que
me permitan justificar el título de este ensayo al mostrar a Secundino como un
auténtico visionario de ese futuro que hoy forma parte de nuestro presente,
presente que él comenzó a levantar y que a nosotros nos toca rematar.
Gomera
en el Beñesmer del 2963 – 2013 d.c
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